Estas imágenes sirven para mezclar mis propias opacidades con las incoherencias del paisaje del llamado mar de plástico. La herramienta fotográfica utilizada para captar las sombras de lo que hay afuera, las inquietudes de dentro.
¿Qué nos refleja de nuestra sociedad el modus vivendi de plástico que enfrentamos?
Lo social, lo documental, lo artístico, lo que pienso y lo que siento, confluyen en este trabajo.









Hace tiempo que pongo en duda la legitimidad de determinadas afirmaciones científicas que guardan detrás una amplia gama de intereses, sobre todo económicos. Y, como persona interesada en mi salud y la de los míos, así como en la preservación del mundo en el que vivimos, no puedo sino ser crítica ante la información que voy recibiendo.
Con todo este bagaje, cuando a partir de un grupo de investigación y creación surgido en la Escuela de Arte de Almería, visitamos uno de los más modernos invernaderos del Poniente almeriense, no pude sino acercarme a fotografiar desde las tripas.
Sentirlo como un lugar donde las plantas y algunas personas son esclavos me hace reflexionar, a través de la imagen, acerca de los aspectos no evidenciados de la sociedad que habitamos.



A pesar de estar amparado a efectos legales el cultivo de invernadero como actividad agrícola, hay evidencias que lo sitúan dentro de las actividades industriales. Quizá ahí esté el secreto de su alto beneficio económico y quizá por eso para los macroproductores y empresas auxiliares, los agroquímicos “que se filtran a las aguas subterráneas o las condiciones inhumanas que sufren muchos de sus trabajadores, sean solo daños colaterales”.
Con el furor de lo Bio y lo sostenible (eufemismos que encierran verdades a medias, ya que la normativa europea permite un porcentaje de uso de pesticidas, fertilizantes e incluso de transgénicos en los productos con sello ecológico, sumado al impacto que supone que un tomate producido en Almería se venda en Alemania), se aplican hoy las técnicas más novedosas, como el control biológico por conservación, que pretenden reponer la pérdida de la biodiversidad mediante el manejo artificial del hábitat (por ejemplo a través de la polinización con abejorros comerciales que se ha demostrado como uno de los factores de la merma de la población apícola).



Es obvio que la falta de biodiversidad afecta a la regulación del ciclo del agua, del aire y del clima y el mantenimiento de la fertilidad del suelo y ciclo de los nutrientes, pero además algunas investigaciones apuntan a que “los invernaderos inorgánicos depredan las zonas con recursos hídricos”.
Seguir sufriendo las mentiras de la dominación cuando todo lo que somos en esencia como seres humanos nos indica cuál es el camino de vuelta a casa supone un caso de alienación patente que sólo podrán ver aquellos que en mis imágenes sepan leer más allá de la belleza poética.



Este proyecto ha sido galardonado con un áccesit en los premios Ateneo-Universidad de Málaga 2019. Algunas de sus piezas han sido expuestas como parte de exposiciones colectivas en TQ+SUR, comisariada por Fernando Barrionuevo para PhotoEspaña 2019 en Meca Mediterráneo Centro Artístico, en Fundación Valentín de Madariaga, Sevilla en 2018 y en el Instituto Cervantes de París en 2021, entre otras, así como en la colectiva «Gaia y el mundo margarita» en 2020 en el Ateneo de Málaga.
Se ha expuesto individualmente en la Asociación Cultural La Guajira en 2018 y en la sala de exposiciones de la Escuela de Arte San Telmo de Málaga en 2021 (Galería de imágenes en Diario Sur).
También ha sido publicado en 2020 en la revista universitaria de cultura «Paradigma« y en 2019 en la revista «Mujer y tierra» de la Federación de mujeres del Poniente y la Alpujarra por la Igualdad (Almería), así como permanece en la galería de la colección permanente de la revista «El coloquio de los perros«.
‘Deriva en el Poniente plastificado’ supone un acercamiento a través de la abstracción fotográfica a la emoción contemplativa de la asfixia, control y explotación a la que se someten plantas y personas como consecuencia de la agricultura bajo plástico.
Roberto Villalón Vara, Clavoardiendo Magazine